En los Dichos del Director de esta semana traemos las palabras que Claude Chabrol dedica al tema de el montaje cinematográfico, en el que se plasma no solo cómo se enfrenta a este proceso sino como encara la etapa de filmación.
Para los más despistados, como nuestro director, les contamos que la carrera de Chabrol está ligada a esa oleada de realizadores que se conoció como la Nouvelle Vague, junto con otros grandes como Jean-Luc Godard y Francois Truffaut, donde al igual que los mencionados, no solo destacó como director sino que también como crítico y columnista de la famosa Cahiers du Cinema, en la que junto a Eric Rohmer, comienzan a forjar el mito de Alfred Hitchcock, algo que ahora es innegable pero que en esa época apenas era valorado.
Así que sin más palabrería les dejamos a Chabrol y el montaje en los dichos del director de esta semana.
El montaje es, para muchos realizadores, el momento en que se fabrica la película. Acumulan material durante el rodaje y dan forma a la obra en el montaje. Es un modo de trabajar; no, desde luego, el más económico. En lo que a mí respecta, no podría trabajar así. Tengo en demasiada estima mis esfuerzos como para aceptar que una parte de mi trabajo acabe en la cesta. Prefiero, en consecuencia, reflexionar antes e intentar hacer en el rodaje todo lo que necesito. Más de una vez me ha sucedido -lo que es realmente raro en el cine- hacer películas en las que valen todos los planos rodados.
Evidentemente, eso no es bueno para los extras del DVD. En esos casos, me veo obligado a prestar mi persona y explicar cómo hice el film en lugar de proponer las tomas falsas (dicho esto, siempre podemos encontrar planos donde hay quienes se parten la cara subiendo o bajando una escalera; es algo que por lo general no plantea problemas).
Ése es mi método. Finalmente, cada uno tiene su punto fuerte, y el mío es la capacidad de síntesis. No me resulta difícil trazar en el papel la síntesis de las imágenes de la película que quiero realizar.
Sin embargo, cuando actuamos así, hay que tener cuidado y no mecanizar las cosas. Los story-boards, que detesto, llevan obligatoriamente a mecanizarlo todo. Si queréis tener completamente listo el film en el momento de rodar, hay que:
- Considerar que lo que está listo es la idea, pero no la forma; la idea de cada plano, pero no la manera de rodarlos;
- Permanecer abierto a todo lo que venga del exterior, pues si la idea de la película es bastante fuerte, resistirá a todos los elementos exteriores. Además, éstos serán bienvenidos; incluso serán con frecuencia enriquecedores.
Evidentemente, es necesario que la idea sea bastante sólida, pues al menor contratiempo, al menor titubeo estilístico («¿Qué voy a hacer, Dios mío? Tengo que cambiarlo todo»), aparece el pánico.
Repito: si estamos más o menos seguros de lo que queremos hacer, cuando la idea es fuerte, sacamos a flote la película. Los grandes cineastas, por lo general, son conocidos por tener una noción perfecta de la idea. Roberto Rossellini, por ejemplo, dominaba muy bien esta suerte.
Entre paréntesis: la evolución del DVD permite hoy obtener más dinero para realizar una película. Y uno de los argumentos a favor consiste en los famosos extras. Pues bien, los extras, en la mayoría de las ocasiones, son descartes, chorradas que hizo el realizador. Son, mal que les pese, elementos antiartísticos. Nos venden las excrecencias de una obra. Pues una obra es una obra, o deja de serlo. No diréis: «Tenga, un armario magnífico. Si quiere, podemos añadir cuatro cajones a un lado».
Por lo general, ruedo únicamente lo que el montador o la montadora necesitan, algo que, sin embargo, no les facilita la tarea, pues no pueden elegir entre distintas opciones. Sólo tienen una. E incluso esa opción es frágil en extremo, pues cada imagen cuenta. Los montadores capaces de trabajar de manera tan precisa son cada vez más difíciles de encontrar, y más aún entre los montadores virtuales, los que trabajan con el ordenador, que tienen ante sus ojos una docena de posibilidades. Una vez intenté montar virtualmente un fragmento de film. Tuvimos que repetirlo todo, pues ese procedimiento no puede funcionar con tanta precisión.
En el montaje tradicional se trabaja sobre la película, pues tenemos una copia positivada del negativo a partir de la cual, con tijeras y celo, hacemos materialmente el film.
Ahora hay un procedimiento en el que la totalidad del film es pasada a disco y a partir de ese nuevo soporte, hacemos lo que se llama un montaje virtual, es decir que podemos desplazar las imágenes y a continuación concretar o borrar el montaje que se ha efectuado. Podemos cambiarlo con sólo pulsar una tecla. Eso es formidable, pero esa facilidad resta algo de precisión. Forzosamente, puesto que sabemos que nada es del todo irreparable. En tanto que la belleza del montaje «real» descansa en el hecho de que el error puede ser irreparable; por lo tanto, reflexionamos más. En el montaje virtual nos divertimos, hacemos pruebas, volvemos a empezar. Los montadores virtuales acaban por estar con una película más tiempo que los otros, porque se pasean por ella.
No soy un fanático del montaje virtual, a no ser que tengamos un material gigantesco. Cuando eso sucede, como ocurre con los documentales, por supuesto que es impresionante. Quisiera añadir dos cosas. En primer lugar, en los Estados Unidos se vuelve al montaje tradicional; verifican el montaje virtual y lo confrontan con el montaje tradicional. El montaje es un trabajo de topos, de por sí ya no demasiado participativo. Con el virtual, esa soledad aumenta: el individuo está solo ante su ordenador.
Luego está que hoy todo se ha complicado con el frenesí de la rapidez. Las películas han de discurrir lo más rápidamente posible. Pero las películas no ganan rapidez porque se multipliquen los planos. La gente monta seis planos en treinta segundos sin comprender que, en el registro de nuestra mente, seis planos en treinta segundos son casi dos veces más largos que un plano único. Y me divierte mucho darme cuenta de que, cuantos menos planos hacemos, más justificamos la duración de cada uno de ellos y eso nos debe hacer más precisos. Puesto que no hablamos de segundos, sino de veinticuatroavos de segundo.