El director que en esta ocasión nos lega parte de su experiencia es el recordado Arthur Penn, cuya importancia dentro del cine norteamericano es capital ya que gracias a una serie de intensas y brillantes películas, como Jauría Humana y Bonnie & Clyde, fue quien dio el puntapié inicial a la revitalización de los estudios cinematográficos a principios de los setenta, iniciando así todo movimiento de realizaciones que siguieren su estela pese a estar dentro de la industria comercial. De este movimiento podemos mencionar a algunos realizadores que quizás hayan escuchado por ahí, un tal Francis Ford Coppola, Martin Scorsese y William Friedkin.
En los Dichos del Director de esta semana, Penn habla sobre aquello que hace especial al cine y pone especial énfasis en el tema del montaje.
«El cine tiene la misma gramática que las otras formas de dramaturgia: hay una progresión de la acción, conflicto, rupturas, etcétera. Pero el modo en que el cine la muestra es único. En una obra, la gente dice lo que tiene en la cabeza, y entiendes lo que piensan a través de los diálogos. En una película, alguien puede decir algo mientras la imagen te muestra otra cosa muy diferente. Por consiguiente, la clave para hacer películas es la imaginación. Un cineasta trabaja encontrando el equivalente físico de un pensamiento interior. Transforma una experiencia intelectual en acción.
Creo que lo más importante que he aprendido al hacer películas es a no fotografiarlas como si tratara de obras de teatro, porque la imagen es mucho más elocuente que las palabras y porque en un filme es el punto de vista lo que cuenta.
En el teatro, te sientas tranquilamente y observas. Y si algo te interesa, tal vez te inclinarás hacia delante para ver mejor. Pero a eso se reduce tu participación. Sin embargo, la película te puede absorber completamente, pues la cámara te dice sin cesar: «¡Mira esto! ¡Mira aquello!». Y eso es lo que hace un director: dirige los ojos del público hacia lo que quiere que se concentre. La mitad de este proceso se efectúa en el rodaje y la otra mitad en la sala de montaje.
El modo de rodar imprime un punto de vista al filme, y la manera de montar imprime un ritmo. Pero ambos están estrechamente ligados, y por eso creo que es importante, en el rodaje, prever bastantes ángulos, cubrirse suficientemente y disponer de la duración necesaria para poder optimizar en el montaje lo que hacen los actores.
No se trata sólo de rodar la escena, sino de poder decir: «Espera, quiero que esta escena sea mucho más rápida de lo que la hemos rodado». El problema es que, por razones presupuestarias, nunca ruedas un filme en el orden cronológico de las secuencias. Por consiguiente, en la segunda semana puedes rodar una escena del final de la película y gustarte mucho en ese momento. Pero cuando la montas junto al resto, adviertes que necesitas algo más intenso, más majestuoso, para acabar la película. Por lo tanto, hay que disponer de material suficiente para trabajar, ya que aunque seas el mejor de los montadores, si no tienes con qué trabajar no podrás hacer la película.
Creo que está ha sido una de las lecciones que más me ha costado aprender, porque, como vengo del teatro, pensaba: «No hay problema, sé cómo hacer que una escena funcione«. Sin embargo, la verdad es que no lo sabes. No puedes saberlo. No antes de que se monte el filme.»