Un nuevo día, un nuevo dicho del director. En esta ocasión es Claude Miller, director francés fallecido a principios de año, recordado por películas como L’enfrrontée y La pequeña ladrona. Aunque siempre sufrió el estigma de ser el protegido de Truffaut (Miller fue ayudante por muchos años del director de los 400 Golpes), supo labrar su propio camino en la industria cinematográfica, llegando a ser parte del Club de los 13, instancia surgida en Francia hace unos años que buscaba denunciar las crecientes dificultades con las que se encontraban en la financiación de la distribución del cine del país galo.
Para esta ocasión, Miller nos hablará sobre como enfrenta él su trabajo en lo referente a la puesta en escena, como bien indica el título, y que difiere un poco respecto a lo que tradicionalmente se entiende.
«Cuando hoy se habla de «puesta en escena», tendemos a referirnos especialmente a lo que concierne a la cámara, y el modo en que la cámara filma las cosas. Sin embargo, para mí la puesta en escena es ante todo la ubicación y la interpretación de los actores en un decorado determinado. La cámara viene después. Y la fusión de ambos es lo que origina el cine.
Cuando digo que la cámara viene después, no estoy siendo del todo exacto: desde un punto de vista cronológico, pienso en ello antes, es decir, que al llegar al plató para rodar una escena, ya he hecho trabajo de «oficina», en el que he ideado una planificación de la escena, con ciertos tamaños de plano, desplazamientos de la cámara, etcétera. Sin embargo, estas previsiones las guardo para mí. Empiezo a trabajar la escena con los actores, sin imponerles nada en absoluto, sin proporcionarles indicación sobre su posición. Y a continuación atiendo a lo que ellos me proponen. Si me gusta, cambio lo que tenía previsto. Si no me satisface, o si los veo desamparados o pidiendo que los guíen, saco mis notas e imparto instrucciones.
Al final, la escena es una mezcla de todo ello, y sólo en ese momento interviene la cámara. O más exactamente, las cámaras, porque, como ya expliqué antes, suelo trabajar con al menos dos. Mi manera de organizarme a este respecto consiste en que hay una cámara que dirijo yo mismo, es decir, explico al operador cómo quiero que filme. Durante ese tiempo, el operador de la otra cámara espera. Observa dónde se sitúa la primera cámara y en función de ello elige otra opción, que me propone.
Así obtengo dos puntos de vista muy distintos: uno que yo he elegido, que es el fruto de mi reflexión y mi voluntad, y otro algo más aleatorio, más sorprendente. Al final me doy cuenta de que utilizo muchos planos de esta segunda cámara. Quizás tantos como de la primera.»