Un día mi querida novia me avisa que en una celebre biblioteca cuyo gancho es estar inmersa dentro de caóticos centros comerciales tenía por solo un día sus inscripciones a mitad de precio. Corriendo fui a inscribirme y comencé a pedir libros, obvio.
Claro, esta historia sería irrelevante si no hubiese pedido un libro de cine, que en esta ocasión fue «El cine nomade de Cristián Sanchez» y del cual hemos extraído los Dichos del Director de esta semana. Además, si es uno de aquellos que ha pasado los últimos 40 años bajo una piedra, compartimos al final de la entrada una película de este director.
Hay por lo menos tres razones por las cuales me gusta hacer cine:
Primero, porque encuentro una afirmación instintiva del «nervio metafísico» de la vida. La posibilidad de un humor contagioso, de pasiones más bien alegres, de sentimientos que penetran hasta la médula de los huesos y, sobre todo, porque el cine permite una forma de pensamiento que es casi siempre una meditación en devenir, un revoloteo incierto que aborda sin miramientos lo desconocido y el sinsentido. Amar el sinsentido, rehusar los límites de un universo considerado en su sola utilidad, prestar oído al fondo indiferenciado, al hormigueo silencioso de las cosas, es aceptar la disolución de toda conciencia, voluntad o deseo, es vivir en el corazón del mundo, en el corazón de la cosa misma. El cine hace esto con facilidad, sin impostura.
En seguida, porque el cine tiene un lado fascinante, como máquina de producción y de trasmisión ideológica que escapa a todos los reduccionismos y compromisos políticos. Lo interesante, para mí, es unir la destitución del valor utilitario de las cosas (con todo lo que comporta de violencias y de pérdidas lujosas) a la actividad de máquina (o también de maquinación) del cine: con su terrible capacidad de contribuir a marcar el imaginario de una sociedad. Lo interesante es entonces envenenar, pervertir la máquina cinematográfica en tanto que instrumento de propagación ideológica. Me gusta que la máquina se haga humorista, pasional, violenta, caprichosa y seductora.
Finalmente, lo que me lleva a filmar es proponer ciertos asuntos vitales, tales como el viaje sin retorno, la errancia sin propósito, los secretos sin explicación, la aparición súbita de lo sagrado como un destello de gracia o iluminación, la inmadurez como apertura a la vida, los devenires como relación con lo desconocido, la violencia del desafío, la turbulencia erótica que afirma la vida, la generosidad sin reciprocidad y el abandono esencial, que es la condición de toda autenticidad y soberanía, Pero sobre todo, yo hago cine para tratar de alcanzar, como dice Maurice Blanchot «el corazón extraño de la lejanía como vida y corazón único de la cosa«. Y por algunas razones que no deseo revelar.