Una semana más de Dichos del Editor y en esta ocasión nos hablará Richard Marks, prolífico montador que en sus casi 40 años de trayectoria ha trabajado en importantes películas como El Padrino Parte 2 y Apocalypse Now.
Hoy Marks se explayará sobre los inicios de su carrera y como fue la transición del montaje tradicional con moviola al trabajo digital con Avid, además de dar un certero consejo a quienes deseen meterse en el área de montaje.
Cuando salí de la universidad no tenía ni idea de cómo me ganaría la vida. Estuve trabajando en varios sitios y evitando hacer un posgrado, y estaba mortalmente aburrido hasta que un amigo me sugirió que entrara en la industria cinematográfica. Un amigo de la familia que trabajaba en United Artist me consiguió un empleo en una empresa de posproducción en Nueva York, y con él llegó la promesa de un trabajo como montador. Ni siquiera sabía si me interesaba el montaje, pero parecía un camino, y las personas desesperadas aprovechan los caminos que les ofrecen.
Algo pareció atraerme desde el principio, y después de uno o dos años montando anuncios y tráileres, decidí probar suerte en el cine. Pronto descubrí que trabajar en películas dramáticas requería volver a todo lo que me había interesado durante mi carrera en literatura inglesa, que eran las historias y los personajes. El montaje consiste básicamente en narrar una historia y conferirle un ritmo. Ya estemos escribiendo una novela o montando una película, el proceso es muy similar.
Fui ayudante de Dede Allen en Alice’s Restaurant (1969), y cuando terminamos me pidió que siguiera con ella en la siguiente película de Arthur Penn, Little Big Man (1970). En aquella época, la industria cinematográfica de Nueva York era mucho más fluida que el sistema de estudios de Hollywood. Como ayudante, me podía convertir en montador en un periodo de tiempo relativamente breve. Y empecé en un momento en que se hacían muchísimas películas, y muchos directores jóvenes estaban revolucionando el viejo Hollywood, así que había muchas oportunidades para ascender. Tuve suerte. Supongo que tenía cierto talento, pero sobre todo fui afortunado.
Dede era increíble. Había nacido para enseñar y, para mí, fue un proceso de aprendizaje fantástico. Sé lo que es enseñar, y Dede tenía un nivel de tolerancia mucho más alto del que yo tendré nunca. Era una mujer muy paciente. Y montar era un proceso muy distinto en aquella época, mucho más físico e intensivo. Siempre había distintas formas de organizar el material. Estaba en la escuela de la moviola y de las máquinas horizontales. Dede procedía de la escuela de la moviola y, en el fondo, el montaje digital se convirtió en una extrapolación casi exacta de aquel método. En Avid, pones las cosas en carpetas y las divides en tomas individuales, tal como hacíamos cuando trabajábamos con película.
La primera vez que utilicé Avid fue en I’ll do anything (1994) de James L. Brooks. Como en principio el filme iba a ser un musical, que requería varias cámaras y playback múltiple, decidí usar ambos métodos: cortaría las secuencias dramáticas en película, y las secuencias musicales las montaría en el EditDroid de George Lucas, un sistema basado en Laserdisc que sufría fallos mecánicos constantes y que tenía unos dos minutos de memoria lineal. Pero la gracia del sistema residía en que, en los números musicales, podrías mirar a cuatro cámaras simultáneamente y montar de una cámara a otra, y pensé que eso me ahorraría mucho tiempo. Y, de hecho, funcionó, pero hacía el final de la película decidimos que no iba a ser un musical, y planificamos siete u ocho días adicionales de rodaje.
En aquel momento, Avid estaba promocionando su equipo muy intensamente, sobre todo el hecho de que podría manejar mucho más material que antes (el sistema se había utilizado mucho en publicidad y en videoclips, pero no era capaz de coordinar suficiente memoria como para que fuera factible montar un largometraje). Además, era muy caro. Les dije: «Si quieren que lo pruebe, lo probaré, pero me lo tienen que dar gratis; no nos lo podemos permitir». Así que montaron un sistema Avid en mi sala de montaje, con lo que empecé a trabajar con tres formatos. Monté todas las tomas adicionales en Avid, y debo confesar que me atrajo desde el primer momento. Era una herramienta increíble. Sólo era cuestión de tiempo que empezara a despegar. Decidí que a partir de entonces, cuando fuera a montar una película, tendrían que dejarme hacerlo en Avid por contrato.
Lo que no quiere decir que al principio el proceso no fuera algo frustrante. Era difícil, y yo era un poco torpe. No tenía ni idea de informática, así que no sólo tuve que adaptarme a un nuevo sistema de montaje, sino que también tuve que acostumbrarme al mundo de los computadores. Además, obviamente Avid no era tan sofisticado como hoy; tenía muchos problemas, el sistema se colgaba y se perdían cortes, y el ayudante tenía que quedarse todas las noches para hacer copias de seguridad en disquetes.
Pero para montar hay que estar abierto a los cambios. La base del proceso de montaje es el cambio. Si no estás dispuesto a ello, no deberías ser montador. Conozco montadores que consideraban que la nueva tecnología era complicada. Al principio se oyeron muchas quejas, hubo mucha resistencia. Su actitud era: «Lo he hecho de esta forma, así que ésta tiene que ser el modo correcto de hacerlo», cosa que no tiene ningún sentido. No deberías montar si tu actitud es esta.