El genio de Roman le ha permitido mantenerse en la cresta de la ola, haciendo que cada aventura cinematográfica en la que se embarca sea una noticia y una realización que se espera y se disfruta.
Al mismo tiempo que su carrera avanza su estilo se ha ido depurando, abandonando el barroquismo de sus inicios acercándose a una narrativa caustica y certero que solo la experiencia puede forjar. Es precisamente sobre esta evolución de la que habla Polanski en los Dichos del Director de esta semana, enmarcándose en la realización de El Pianista y la forma en que se enfrentó a ella.
«No sé si mi puesta en escena ha progresado desde mis inicios. En cambio, lo que sí sé es que, cada vez más, intento evitar los efectos. Al principio de mi carrera me parecían aceptables, y ahora los encuentro completamente vulgar. Sinceramente, intento hacer las cosas de la manera más sencilla posible, seguir la historia… Mucho más con El Pianista que con el resto de películas, por supuesto. Con un filme de guerra, era muy tentador multiplicar los efectos, rodar en blanco y negro, imprimir un temblor a la cámara, añadir una escena de masturbación -¡ahora está de moda, sobre todo con un chico que se esconde solo en un apartamento durante tres años!
Más seriamente, en esta película, más que en ninguna otra, decidimos, aun antes del rodaje, evitar al máximo todos los «artificios cinematográficos». No sólo en el nivel de los efectos, sino incluso en los movimientos de cámara. Ya he contado historias de manera subjetiva, Chinatown y El Bebé de Rosemary. Pero en El Pianista no podía situar la cámara en el hombro del protagonista, como si lo descubriéramos todo con él. No habría sido justo. Era imperativo ser mucho más sobrio, incluso menos cineasta en cierto sentido. El director tenía que desaparecer y ser humilde. Sin embargo, a veces es difícil mostrar ciertas cosas si no tenemos derecho a un movimiento de cámara. Pero cuando me permitía uno, lo miraba enseguida en el monitor de video, y normalmente decía: «No, no vale, es demasiado cinematográfico, olvidémoslo».
Prácticamente no recurrí a ninguna artimaña. El filme se ve a través de los ojos de este hombre. Me decía que tenía que tener el aspecto de haber sido rodada en los años cincuenta, justo después de la guerra, cuando las cámaras eran más pesas y su movilidad más reducida. No había que acercarse mucho ni hacer demasiados primeros planos, porque es «hacer televisión», ni tampoco alejarnos demasiado, salvo en ciertas escenas donde estaba justificado. Había que encontrar el justo medio; la textura tenía que ser extremadamente realista, auténtica; que se olvidara completamente que se había filmado… La Palma de Oro fue para mí una gran emoción y una gran satisfacción. Me alegré de no haberla recibido antes, porque de ser así quizá no me la habrían dado una segunda vez y me hacía feliz que fuera por esa película. Me ha llevado tiempo realizar un filme sobre esa época, pero sin duda necesitaba cierta distancia, un poco de tiempo y perspectiva. A veces tengo la impresión de que todo lo que he hecho antes es una especie de ensayo para llegar a El Pianista.»
TIRARD, LAURENT. (2008) Más Lecciones de Cine. España. Editorial Paidos.