Los Dichos del Editor de esta semana traen a un grande, al tres veces ganador de un premio Oscar por su trabajo en Cazadores del Arca Perdida, La Lista de Schindler y Salvando al Soldado Ryan, y como pueden darse cuenta por las películas citadas, uno de los colaborares más fieles de Spielberg.
Michael Kahn comenzó su carrera como editor de una serie de televisión pero rápidamente llegaría al mundo del cine y se consolidaría con el paso de los años como uno de los más connotados montajistas del medio. Hoy conoceremos sus tímidos comienzos y como la confianza en uno mismo es fruto del trabajo arduo y constante.
Para ser sincero, cuando empecé no sabía nada sobre montaje. Practicante acababa de salir del instituto, y estaba trabajando en Desilu Productions, donde un hombre que se llamaba Danny Kahn (sin relación conmigo) me dijo: «En esta ciudad, si quieres sobrevivir, tienes que estar en un sindicato». Así que me afilió al sindicato de montadores, y empecé a trabajar como ayudante de montaje y, ya que me habían introducido a aquello, comencé a aprender el oficio.
Poco después, un amigo mío, Jerry London, tuvo un golpe de suerte y montó el episodio piloto de Hogan’s Heroes (1965). Y me dijo: «Mike, no quiero ser montador. Quiero ser director o productor. Si me ayudas en los primeros seis episodios, serás el montador a partir del séptimo». Y así es exactamente como ocurrió. En el séptimo episodio de Hogan’s Heroes empecé a montar. Estaba aterrorizado. No sabía lo que hacía. Es divertido: empiezas y te das cuenta de que no es tan fácil como creías.
Aprendí el oficio y monté Hogan’s Heroes durante unos seis años, y así es como aprendía montar. Teníamos un productor que me decía: «Nunca hagas un corte frío». Un corte frío es cuando cortas en un sitio donde no está ocurriendo nada. Si quieres entrelazar algo, nunca tiene que ser un corte frío, porque frena la historia; detiene el movimiento hacia delante. Y también me comentaba: «Nunca cortes un gag». Si tienes una línea de diálogo, deja que termine, y luego corta en la reacción. Esto no es un corte frío, porque vas a cortar para provocar risas. Teníamos muchas reglas como éstas, y me resultaron muy útiles.
La lección más valiosa que he aprendido es no dejarme intimidar por la película. A veces te entregan cantidades inmensas de metraje y todo parece un caos. Tuve que aprender a concentrarme exclusivamente en las tomas de una escena en concreto –ya fuera 5 o 20– y gestionar sólo ese material. Aprendí a dividir la película en mi cabeza, lo que me dio mucha más seguridad con ella. Me concentro en el metraje que tengo delante, sin preocuparme por otras partes del filme. A veces introduzco ecos, es decir, pongo algo en el rollo uno y un eco en el rollo ocho. Es una técnica que estructura la película y ayuda al espectador a recordar qué ha pasado en momentos anteriores. Pero, salvo esta excepción, lo único que veo es la escena en la que estoy trabajando. Sólo se puede hacer un corte a la vez.
Durante mucho tiempo, a nivel psicológico, sentí que no era lo bastante bueno. Todos los montadores con los que trabajaba estaban muy seguros de sí mismos; todos hablaban muy bien, eran muy locuaces. Yo no podía hablar de aquella forma. Nunca me consideré tan bueno como ellos. Este sentimiento convivió conmigo durante mucho tiempo. Incluso hoy, trabajo con ahínco para ser tan bueno como sea posible, porque no estoy seguro de que alguien no pueda hacerlo mejor. La primera vez que supe que lo había hecho bien fue después de trabajar para Steven Spielberg en un par de películas. Pensé: este tipo es realmente listo, así que, si me aceptó, fue porque consideraba que tenía algo que aportar. Y a partir de entonces empecé a tener un poco más de autoestima.