Dichos del Editor vuelve a recoger la experiencia de Anne Coates, la recordada montadora de Lawrence de Arabia. Pero en su curriculum no sólo tiene esto a su haber, sino que también otro clásico del cine como es El Hombre Elefante de David Lynch.
Precisamente, en esta ocasión, Coates se explaya sobre como fue trabajar la historia del Hombre Elefante, los problemas con Mel Brooks y como en ocasiones el montador tiene que ponerse tozudo para conseguir un buen trabajo.
«Cuando empecé a leer el guión de El Hombre Elefante (1980) pensé que nunca sería capaz de montar el filme al ver esa cara en mi moviola todos los días. Pero seguí leyendo, y cuando llegué al final se me saltaron las lágrimas. David Lynch es muy brillante, pero tuvimos unos cuantos problemas, y uno de ellos consistió en decidir cuándo íbamos a revelar por primera vez la cabeza del Hombre Elefante sin la capucha. Había dos formas de hacerlo: al principio de la película, cuando Treves visita por primera vez al Hombre Elefante en la barraca, o más adelante, cuando el Hombre Elefante está en el hospital y a la enfermera se le cae la bandeja al verlo. Mel Brooks, el productor, pidió a David que filmara las dos opciones. Pero David, como es David, decidió rodar sólo opción que le gustaba, que era la de la barraca. Mel se puso furioso, porque a él le gustaba la otra alternativa. Él, y todos los demás, pensábamos que sería más dramático no ver la cabeza hasta que la ve la enfermera.
Mel terminó por ganar la batalla, así que en la película terminada no se ve la cabeza del Hombre Elefante en la escena de la barraca; sólo se puede vislumbrar su sombra, y luego cortamos a un primer plano de Treves con una lágrima en la mejilla. Pero esto suponía un problema serio, porque ya habíamos rodado dos o tres escenas en las que se veía la cabeza, así que tuve que volver a cortarlas para que no se viera, eliminando algunos fotogramas o ampliándolos hasta que el personaje quedara fuera de campo, y oscureciendo la imagen y añadiéndole tanto grano que no se pudiera ver su cara. Ampliar y aumentar el grano no suponía un problema en el filme, ya que de todas formas era en blanco y negro y con mucho grano. Conseguimos solucionar el problema. No quedó perfecto, pero podría haber sido un auténtico desastre; podrían haber tenido que volver a rodar todas aquellas escenas.
David tenía un sonidista buenísimo, Alan Splet, que trabajaba con un equipo muy antiguo. Consiguieron unos sonidos extraordinarios, pero también hicieron algunos muy extraños que no me gustaban. Un día estábamos visionando una escena del circo bajo la lluvia, y de repente sonaba una especie de disparo. Sólo para irritarlo un poco, comenté: «Dios mío, ¿qué hace una pistola en medio de esta secuencia?» David contestó: «No te atrevas a criticar los efectos de Alan, porque son geniales». Yo respondí: «Bueno, si se supone que es una gota de agua pero suena como un disparo, ¿por qué no debería quejarme, David?». Alan Splet era un hombre muy simpático, pero me irritaba, porque él y David se llevaban tan bien que me sentía un poco apartada.
Me gusta discutir con el director. No me agradan las situaciones en las que nunca nos ponemos de acuerdo en nada pero, por otro lado, es muy bueno no estar de acuerdo en uno o dos aspectos. Creo que Carl Reiner una vez narró la historia de un montador que se tumbó sobre su KEM para que el director no pudiera hacer el cambio que quería. Yo nunca he llegado tan lejos, pero puedo ser bastante obstinada. Hay una historia que a los productores de Out of Sight (1998) les gusta contar sobre una escena que Steven Soderbergh descartó por recomendación del estudio. A mi me sorprendió muchísimo que la eliminara, y luché con todas mis fuerzas para que volviera a estar en la película. Los productores se quedaron bastante impresionados, porque se dieron cuenta de lo fuertes que son mis convicciones. Al final, Steven la volvió a incluir en el filme. Pero de todos modos, la mayor parte del tiempo hay que conformarse porque la película es del director. Algunos montadores nunca ceden y no encuentran trabajo.»