Aunque no sea el archivo fílmico más antiguo del mundo, la Cinémathèque Franςaise de París ha ocupado siempre un papel muy destacado. Sin los esfuerzos de su falstaffiano cofundador, Henri Langlois, y otros cinéfilos de ideas similares, sabríamos mucho menos de la primera época del cine.
Hoy en editando, como siempre intentando aportar algo más que sólo la moda audiovisual de Internet, les dejamos con una nueva idea de las 100 que cambiaron el cine. Siga leyendo, puede comentar y sobre todo compartir que eso siempre lo agradecemos y nos hace bien a todos! 🙂
Idea n° 72 | La Cinémathèque Franςaise: Creación de una tradición viva
Se dice que Louis Lumière afirmó: «El cine es una invención sin futuro», y lo cierto es que esta visión estaba muy extendida. Así, aunque presentaran en la Library of Congress documentos para registros de derechos de autor, la gran mayoría de las primeras películas se destruyeron, pues no se consideraba que fueran a tener valor comercial o cultural a largo plazo. Sin embargo, el crítico Ricciotto Canudo no sólo argumentó que las imágenes en movimiento tenían valor artístico, sino que además fundó CASA [Club de Amigos del Séptimo Arte] en París en 1920, y se enzarzó en enconados debates teóricos con Louis Delluc, en cuyo ciné-club se complementaban las proyecciones de películas con charlas y publicaciones.
Fue este espíritu de cinefilia el que persuadió a Langlois, Georges Franju, Paul-Auguste Harlé y Jean Mitry a fundar la Cinémathèque Franςaise en septiembre de 1936 y, dos años más tarde, a formar la Fédération Internationale des Archives du Film. En nueva York, Londres y Berlín se crearon organismos similares. Langlois intentaba conseguir obras de pioneros de la pantalla, pero cuando, con la llegada del sonido, la ignorancia de la gente llevó a la destrucción de piezas mudas, se convenció de que debía salvar todo tipo de obras, y su colección aumentó durante la guerra al rescatar piezas proscritas por los nazis ocupantes.
Sin embargo, la conservación siempre le importó menos a Langlois que la presentación de las últimas novedades. En una época en que sólo podía accederse a las películas en la gran pantalla, desdeñó los últimos estrenos para revivir joyas olvidadas y volver a reunir al público con estrellas y directores pasados de moda. Por mostrar las frágiles películas de nitrato y almacenarlas en condiciones lejos de ser ideales, despertó las iras de otros archivistas. De todas formas, las proyecciones de clásicos en la sala de 50 butacas de la Avenue de Messines alimentó la imaginación de algunos de los principales nombres del cine francés, desde Jean Renoir y Robert Bresson a los cineastas de la nouvelle vague. Además, al abrir su fondo a otras salas del mundo, Langlois ayudó a popularizar el cine de arte y ensayo, al tiempo que contribuyó a difundir el cine como disciplina académica.
A pesar de su brillantez como programador, a Langlois se le criticó por retrasar la implicación de la Cinémathèque en la lucha contra la descomposición de las películas de nitrato al desviar los escasos recursos de que disponía a su Musée du Cinéma en el palacio de Chaillot de París. Las exposiciones de este museo se imitaron en todo el mundo, aunque su selección de aparatos antiguos, sets, trajes, atrezzo, guiones, carteles y documentos siguió siendo única. Además, desde su cambio de sede a Bercy Park en 2005, las instalaciones ofrecen por igual un valioso servicio educativo a visitantes y estudiosos.
La combinación de la indiferencia de la industria con el rechazo a asumir el coste prohibitivo de almacenar objetos con un potencial comercial limitado ha llevado a que más del 80% de las películas que se produjeron entre 1985 y 1930 hayan desaparecido, y a que sólo hayan sobrevivido la mitad de las que se crearon con nitrato antes de 1951. La campaña «El nitrato no espera» propició que muchos trabajos se transfirieran a película segura en la década de 1980, pero los técnicos que trabajaban en la digitalización de los archivos están ahora enfrentándose a la pérdida del color y el síndrome del vinagre en las películas de acetato.
Es triste que obras de Lubitsch, Murnau, Hitchcock o Von Sternberg se hayan perdido para siempre. Pero sin la colección de alrededor de 40.000 películas de la Cinémathèque, la pérdida sin duda habría sido mucho mayor.