La semana pasada en los Dichos del Editor, hablamos de Michael Kahn, quien ha trabajado incansablemente al lado del director Steven Spielberg. Pues bien, Joel Cox, el montador que se explayará en esta ocasión, también ha forjado su carrera de manera infatigable al lado de otro gran director, Clint Eastwood.
En esta oportunidad, porque recordemos que ya tenemos una primera cita con Joel anteriormente, habla sobre la emoción ese concepto tan manoseado en la actualidad y tan difícil de manejar y su opinión sobre como está el panorama entre las jóvenes promesas.
Yo me abrí camino en esta industria trabajando como ayudante durante mucho tiempo con varios montadores buenísimos, como Bill Ziegler, Sam O’Steen y Ralph Winters. Vi cómo Bill montaba The Music Man (1962) y también presencié el montaje de Sam de Who’s Afraid of Virginia Wolf? (1966). Sam me enseño a cortar físicamente la película, a pasar el metraje por la moviola, a hacer cortes y a pasarlo por el sincronizador. De él aprendí mi estilo a la hora de montar. Hoy, todas las jóvenes promesas quieren montar de inmediato. Pero la experiencia es importante, y tienes que hacer muchas películas antes de empezar a sentirte cómodo y comprender el verdadero arte del montaje. Cualquiera puede juntar dos trozos de película; si te sientas aquí sin tener ninguna experiencia en montaje, en unas horas te puedo enseñar a hacer un montaje. ¿Harías el montaje adecuado para una escena concreta? Puede que sí y puede que no. Hasta que no lo hagas, no lo sabrás. Pero no puede ser un juego de suposiciones. Hacen falta años de experiencia, y hoy lo que me entristece es que a muchos montadores les falta la paciencia necesaria para aprender el auténtico arte del montaje. Se limitan a juntarlo todo, de forma que se convierte en un ejercicio de ensayo-error, y el montaje no consiste en eso.
¿Nuestras películas están de moda entre los jóvenes de hoy? No. Sabemos que nuestro público supera los 30 años. No ocultamos nada. Los espectadores más jóvenes, que han crecido con el estilo TV y los videojuegos, no quieren ver una historia que se va desplegando. No podrían verlas enteras Los Puentes de Madison (Los puentes de Madison, 1995), o A Perfect World (1993), o Changeling (El Sustituto, 2008). Siempre dicen que son lentas. Pues no, no son lentas. Son historias reales sobre las vidas de personas reales. Es imposible hacer el tipo de películas que realizamos Clint y yo al estilo de la MTV, porque se perdería toda la emoción. A veces digo en broma que Clint y yo somos «los maestros de la emoción», porque todos los filmes que hemos hecho son emocionales –la última, J. Edgar, rebosa emoción– y las películas emocionales no se montan como las de acción. Un filme emocional es mucho más difícil de montar que uno de acción; trabajamos con el ritmo y con los momentos individuales, cuándo cortar y cuándo no hacerlo. Walter Thompson, con quién trabajé en Farewell, My Lovely (1975), y Ferris Webster, a quien ayudé en The Outlaw Jesey Wales (1976), fueron quienes me enseñaron todo lo que sé sobre el montaje de la emoción.
Terminé por hacer todos los cortes adicionales con Clint en The Outlaw Jesey Wales, y fue entonces cuando comenzó nuestra relación. Se quedó impresionado porque yo mismo hacía todos los empalmes. Y como había trabajado en el montaje de la música de la serie televisiva The F.B.I. (1965), con Kenny Wilhoit, sabía escoger música y unirla a la película, que es distinto de limitarse a elegir un tema e introducirlo. Tuve la suerte de crecer en un estudio de la vieja escuela y pasar por casi todos los oficios en Warner Bros. Empecé en la sala de correos, y también trabajé en efectos de sonidos, doblaje y música. Creo que cuando llegué a la sala de montaje tenía ventaja sobre otros montadores, porque poseía un conocimiento más completo de lo que significa montar.
2 comentarios
Una vez más muchas gracias por traernos las palabras de los maestros.
Hay tanto q aprender.
Alguna gente piensa que sabemos mucho y que por eso escribimos, sin embargo eso está lejos de ser verdad. La verdad es que lo hacemos por lo que tú dices, «hay tanto que aprender». Saludos!