Unos pocos deben haber extrañado esto que conocemos como Dichos del Editor, la pequeña sección que semana a semana se supone trae a nuestros fieles lectores la experiencia de editores y montajistas reconocidos a nivel mundial, donde hablan sobre cómo enfrentan su trabajo, cuáles son las dificultades que suelen enfrentar y, en definitiva, qué es lo que sienten como montaje.
En esta ocasión vuelve Hervé de Luze, quien ha trabajado con múltiples directores a lo largo de su carrera, entre los que destacan Roman Polanski, con quien ha hecho dupla desde 1986 logrando su única nominación a los Premios de la Academia con The Pianist. Además de Polanski, su colaboración con Alain Resnais, esa institución del cine francés, le ha significado grandes logros como los conseguidos por su trabajo en On Connaît la Chanson, por el cual consiguió su primer César Awards.
«Cuando trabajas en un filme en el que todas las interpretaciones son brillantes, es como comer caviar en todas las comidas: placer, placer y más placer. El mejor montaje no cuesta trabajo; sólo te dejas llevar por las interpretaciones. Ya estoy impaciente por montar Carnage, porque los actores son maravillosos. Recuerdo que en The Pianist, cuando estaba montando la escena en la que Adrien Brody toca el piano para Thomas Kreschmann, sentí que mi trabajo era inútil. Ya en los dailies era perfecto.
Alain Resnais me pidió que montara On connaît la chanson (1997) debido a su admiración por Roman Polanski, lo cual es irónico, porque el estilo de Alain es muy peculiar. No piensa igual que la mayoría de personas. Es un poeta, y sus ideas se aproximan al movimiento surrealista, y utiliza el collage, ya que a menudo combina planos que no encajan, con el propósito de contar la historia y despertar sentimientos. Cuando trabajas con él, siempre hay sorpresas. Gobierna la imaginación.
Por ejemplo, en On connaît la chanson, cuando la medusa transparente se superpone sobre la escena de la fiesta, es divertido porque aparentemente no tiene nada que ver con lo que está ocurriendo, pero al mismo tiempo puedes interpretarlo como una expresión de lo que sienten los personajes y las relaciones entre ellos. Pero cuando les preguntas a Alain, siempre dice: «No lo sé». Nunca te ayuda. Tienes derecho a pensar lo que quieras.
Alain no rueda mucho, pero es muy preciso. Vago, pero preciso. Nunca te dice lo que hay que hacer; tienes que descubrirlo basándote en su dirección y en su forma de rodar. Todo lo que te da es útil. Con Alain sólo desechas uno o dos planos en cada película, nunca más. Además, puede filmar planos que son muy largos en cuanto a duración pero en ellos tienes tanto primeros planos como planos generales; es como si ya estuviera montado, aunque se trate de un solo plano. Es fantástico. En On connaît la chanson había más o menos 300 planos, que no es nada, pero equivalían a 50 en un plano largo.
A pesar de todo, fue un reto montar el final de Les herbes folles (2009), porque es casi absurdo. Recuerdo que vi los distintos planos de esa secuencia en completo desorden, y me pregunté si podían significar algo. Cuando terminas de montar una escena como ésa, te sientes como si te hubiera llevado una corriente que no controlas. Una vez concluido, es muy difícil explicar por qué hiciste una cosa en vez de otra.
La única regla del montaje es que la emoción anula cualquier norma. Ésta es la lección de Othello (1952), de Orson Welles, que es una obra maestra del montaje; es impresionante cómo Welles decide contar la historia que comprende tantos fragmentos distintos, y tiene a cuatro actrices diferentes interpretando a Desdémona y sólo un personaje fuerte al final. Y aún así logra que experimentes los sentimientos de los personajes de manera muy profunda. Para mí, montar es más una cuestión de instinto que de adhesión a unas reglas o una gramática específicas. No sé si se puede enseñar. Es algo que hay que sentir.»