David Gilmour sigue escribiendo para nosotros a través de su libro Cineclub. En esta cuarta entrega, revisamos un documental, Volcano: An Inquiry into the Life and Death of Malcolm Lowry de 1976. Los detalles como de costumbre, van después del salto.
[…] Esto sólo se puede decir una vez, así que ahí va: Volcano es el mejor documental que he visto en mi vida. Cuando empecé a trabajar en televisión hace más de veinte años, pregunté a una productora directiva si había oído hablar de él.
-¿Estás de broma? -dije ella-. Es el motivo por el que me metí en la televisión.
Incluso era capaz de citar frases de la película.
-«¿Cómo puedes esperar entender la belleza de una vieja que juega dominó en una cantina a las siete de la mañana, a menos que bebas tanto como yo?»
Volcano, documental completo en youtube. Sólo en Inglés.
Si alguien me envía la traducción en un texto, porque mi oído para el idioma inglés no es del todo bueno, me comprometo a re-subirlo subtitulado, aunque sea lo último que haga. 🙂
La película narra la siguiente historia: Malcolm Lowry, un niño rico, abandona Inglaterra a los veinticinco años, recorre el mundo bebiendo todo lo que pilla y se instala en México, donde empieza a escribir un relato. Diez años y millones de copas más tarde, ha ampliado el relato hasta convertirlo en la mejor novela jamás escrita sobre la bebida, Bajo el volcán, y ha estado a punto de volverse loco en el proceso. [Por extraño que parezca, la mayor parte de la novela fue escrita en una pequeña cabaña a unos quince kilómetros al norte de Vancouver.]
Expliqué a Jesse que hay escritores cuyas vidas inspiran tanta curiosidad y admiración como lo que escriben. Mencioné a Virginia Woolf [murió ahogada], Sylvia Plath [se suicidó con gas], F. Scott Fitzgerald [bebió hasta quedar alelado y murió joven]. Malcolm Lowry es otro de ellos. Su novela constituye una de las apologías más románticas de la literatura dedicadas a la autodestrucción.
-Es escalofriante pensar cuántos jóvenes de tu edad se han emborrachado y se han mirado al espejo y han creído ver que Malcolm Lowry los miraba a ellos -dije-. Cuántos jóvenes han creído que estaban haciendo algo más importante, más poético que ponerse como una cuba.
Leí un pasaje de la novela a Jesse para demostrarle el por qué. «Me considero un explorador -escribió Lowry- que ha descubierto una tierra extraordinaria de la que jamás podrá regresar para comunicar sus conocimientos al mundo. Pero esta tierra se llama… infierno».
-Joder -dijo Jesse, hundiéndose en el sofá-, ¿Crees que lo decía en serio, que realmente se veía a sí mismo así?
-Sí.
-Tras un momento de reflexión, dijo:
-Sé que no es lo que debería hacerme pensar, pero de alguna forma hace que te entren ganas de salir a pillar una buena borrachera.
Entonces le pedí que prestara especial atención a las palabras del documental, que en ocasiones alcanzan la calidad de la prosa de Lowry. He aquí un ejemplo, la descripción que el cineasta canadiense Donald Brittain hace de la reclusión de Lowry en un manicomio de Nueva York: «Aquí había cosas que seguían vivas pese a no tener arreglo. Ya no era el rico mundo burgués en el que uno caía sobre el suave cesped«.
-¿Crees que soy demasiado pequeño para leer a Lowry?
-preguntó.
Una pregunta difícil. Sabía que en ese momento de su vida, abandonaría el libro a las veinte páginas.
-Tienes que conocer otros libros antes de leerlo -dije.
-¿Cuáles?
-Para eso se va a la universidad -dije.
-Pero ¿no se pueden leer de todas formas?
-Sí, pero la gente no lo hace. Hay libros que sólo se leen si te obligan a leerlos. Es lo que tiene de bueno la formación académica. Hace que leas muchos libros que normalmente no te molestarías en leer.
-¿Y eso es bueno?
-Al final sí.