Continuamos con la saga de los días lunes que nos trae las letras del crítico de Cine, David Gilmour, como parte de su libro Cineclub. Esta vez una película que él encaja en un programa denominado, películas de la quietud. Como siempre les invito a leer y compartir después del salto.
[…] Preparé un programa de películas sobre la quietud para que las viéramos. Se trataba de la forma de robar una escena al resto de los actores sin moverse. Por supuesto, empecé con Solo ante el peligro [1952]. En las películas hay accidentes felices en los que todo parece encajar. El guion, el director y el reparto adecuados. Casablanca [1942] es uno de los casos, El Padrino [1972] otro; y también Solo ante el peligro.
Un sheriff, Gary Cooper, se dispone a dejar el pueblo con su novia cuando se entera de un tipo muy malo acaba de salir de la cárcel y, junto con tres amigos, se dirige a «pillar» al hombre que lo metió entre rejas. Vienen en el tren a mediodía. Cooper recorre todo el pueblo de un lado a otro intentando conseguir ayuda; todo el mundo tiene un buen motivo para decir que no. Al final, solo está él, una calle vacía y cuatro hombres con pistolas.
La película se rodó en la época en que los westerns normalmente se hacían en color y en su mayor parte presentaban a una especie de héroe magnánimo con barbilla de granito, más cerca de un personaje de dibujos animados que de un ser humano.
De repente apareció Solo ante el peligro, rodada en austero blanco y negro, sin bonitas puestas de sol ni magníficas cordilleras; en lugar de ello, había un pequeño pueblo de aspecto bastante humilde. En el centro de la historia había otro elemento poco habitual: un hombre que tenía miedo a resultar herido y que lo mostraba.
Recordé a Jesse que la película se rodó a principios de los cincuenta y que se podía ver un paralelismo con la caza de brujas que estaba teniendo lugar en Hollywood en la misma época. La gente sospechosa de albergar simpatías por los comunistas se veía abandonada por sus amigos de la noche a la mañana.
Hoy día cuesta creer, pero cuando Solo ante el peligro se estrenó, toda clase de gente la recibió con piquetes. La criticaron por ser anti americana. Se quejaban de que narraba una historia sobre un supuesto héroe que al final de la película abandona a los habitantes del pueblo y se marcha. El guionista de la cinta, Carl Foreman, se exilió en Inglaterra; había sido tachado de «simpatizante»; nadie quería contratarlo, Lloyd Bridges, que interpreta al joven cobarde, no volvió a trabajar durante dos años; fue tachado de «antiamericano».
Señalé que la película contiene elementos magníficos e ingeniosos en los que hay que reparar. Fíjate en la forma en que la película muestra las vías de tren vacías. Las vemos una y otra vez. Es un modo silencioso de crear una sensación de peligro sin acción. Cada vez que vemos esas vías nos recuerdan que el mal vendrá de esa dirección. Y lo mismo ocurre con los relojes. Tic, tac, tic, tac. Incluso se atrasan a medida que se aproxima el medio día.
Y luego está Gary Cooper. Los actores que trabajaban con él a menudo se sorprendían de lo poco que hacía durante una escena. Parecía que no «actuara», que no hiciera nada en absoluto. Pero cuando uno ve su interpretación en pantalla, comprueba que deja en segundo plano a todos los demás. Los actores veían cómo sus interpretaciones desaparecían y quedaban oscurecidas por él.
– Fíjate hacia dónde van tus ojos durante sus escenas -Le dije a Jesse-. Imagínate que eres un actor y tienes que intentar competir con eso.