El hijo de nuestro crítico de cine más publicado en editando, se encuentra pasando por una profunda crisis que dejó una ruptura amorosa y por lo mismo, su padre se complica a la hora de elegir una película con la que puedan continuar el visionado que día a día realizan como parte de su «educación». Hoy, la columna de los lunes trata sobre una película de 1981 que todos deberíamos ver.
Iba a volver a ponerle El último tango en París, pero no me pareció buena idea. La escena de la mantequilla podía provocarle toda clase de desafortunadas imaginaciones. Entonces, ¿qué? Tootsie [1982], demasiado romántica; Vania en la calle 42 [1994], demasiado rusa; Ran [1985], demasiado buena para arriesgarme a que no prestara atención. Al final di con ella: una película que hace que te entren ganas de coger una escopeta y pegar unos cuantos tiros en la puerta de tu propio coche. Una de esas películas que parecen decir: «A tomar por el culo con todo».
Introduje Ladrón [1981], de Michael Mann, en el reproductor de DVD como si fuera un cargador de nueve milímetros. Comenzó la secuencia de los títulos [una de las mejores de la historia; dos tipos forzando una caja fuerte]. La música es de Tangerine Dream; una banda sonora que parece agua corriendo por tuberías de cristal. Verde pastel, rosa eléctrico, azul fluorescente. Fíjate en cómo está rodada la maquinaria, dije, el amor con el que están iluminados y fotografiados los sopletes y los taladros; la cámara los enfoca con el ojo de un carpintero viendo sus herramientas.
Y James Caan, por supuesto. Nunca ha estado mejor. Atento al maravilloso momento en que entra en el despacho de un usurero para conseguir dinero y el hombre finge que no sabe de qué le está hablando. Fíjate en la pausa que hace Caan. Parece tan furioso que tuviera que respirar para soltar la frase. «Soy el último tipo en la tierra al que te conviene joder«, dice.
-Abróchate el cinturón -dije-. Allá vamos.