Andrei Tarkovsky es uno de los máximos representantes del cine ruso, cuyas películas íntimas y controvertidas pero siempre hermosas en cada fotograma, reflejaron toda la inquietud artística que lo movía a explorar nuevas formas de narrativa fílmica, que no sólo se vieron plasmadas en las siete películas que realizó sino que también en la influencia que tuvo en cineastas posteriores.
Toda esta búsqueda queda reflejada en Esculpir en el Tiempo, libro en el que plasma su teoría cinematográfica, aquella en la que destacaba una característica del cine, la capacidad de fijar el tiempo.
Para esta ocasión, en los dichos del director, nos centramos en lo que Tarkovsky comenta respecto al guión, su importancia y como el lo encaró durante su carrera.
«Si un guión tiene la belleza y la magia de una obra literaria, sería mejor que fuera una obra en prosa y no un guión. Si en ello queremos ver la base literaria de nuestra futura película, primero hay que convertirla en un guión, es decir, en base verdadera para los planos de una película. Pero eso será un nuevo guión, elaborado, en el que con medios literarios se presenta un equivalente fílmico.
Pero si un guión es desde el principio una descripción exacta del proyecto de película, es decir, si en él se indica sólo qué se rueda y cómo, entonces tenemos algo así como el acta de la futura película, algo que nada tiene que ver con literatura.
Si el guión original se transforma considerablemente durante el proceso de rodaje (lo que suele suceder casi siempre en mis películas), entonces aquél pierde su perfil y es interesante ya sólo para los especialistas, que estudien la historia del proceso de elaboración de una película determinada. Estas variantes, continuamente en transformación, podrían interesar a los investigadores que se dediquen que se dediquen a estudiar la naturaleza de la creación cinematográfica, pero en ningún caso pueden pretender ser un género literario independiente.
Un guión con una forma literaria perfecta sólo sirve para convencer a los productores de que la futura película será un buen negocio. Aunque un guión así -por qué negarlo- no supone garantía alguna de la calidad de la futura película: sabemos de docenas de películas malas, hechas con guiones aparentemente «buenos». Y también conocemos ejemplos al revés. Tampoco es ningún secreto que un guión no se elabora de verdad hasta que no se ha admitido o adquirido. Para poder realizar este desarrollo, el director tiene que saber escribir o estar en estrecho contacto, como coautor, con sus colegas literarios, para poder dirigir certeramente su talento literario en la dirección necesaria. Por supuesto que estoy hablando de las películas en que el director es autor.
Al principio, al elaborar el guión de dirección, me esforzaba por ver en espíritu una imagen bastante exacta de la futura película, incluso de su puesta en escena. Hoy, en cambio, tiendo a desarrollar tan sólo una idea bastante aproximada de la futura escena o plano, para que puedan éstos surgir luego en el rodaje con mayor espontaneidad. Pues las circunstancias exteriores en el lugar del rodaje, el ambiente, el estado de ánimo de los actores, todo eso lleva a soluciones nuevas, originales, inesperadas. La vida es más rica que la fantasía. Por eso, tiendo cada vez más a pensar que se debe ir al rodaje preparado, sí, pero sin ideas preconcebidas, para poder depender así del ambiente de la escena y tener más libertad para la puesta en escena. Antes, no podía aparecer en el momento de rodaje sin haber pensado exactamente que íbamos a rodar. Pero, ahora, a menudo pienso que la idea siempre es especulativa y hace que se seque la fantasía. Y que quizá fuera sensato no pensar en ella durante algún tiempo.»
Saludos.-