Sin lugar a dudas, Michael Mann es uno de los grandes directores del último tiempo. Perfeccionista, obsesivo de su trabajo al punto de supervisar hasta las ediciones para video casero, ya saben, los viejos VHS y ahora los DVD y Blu-ray.
Responsable de sacar las últimas buenas actuaciones de Al Pacino y Robert de Niro en Heat, sorprendiendo con el espectáculo visual que fue Miami Vice, de la que también fue parte en la versión original con Don Johnson, o dando vida a por primera en la pantalla grande a Hannibal Lecter en la siempre olvidada pero para nada despreciable Manhunter, hechos que hacen de Mann un realizador siempre interesante de ver por su esteticismo y sentido de la atmósfera, algo que como bien dice los dichos que rescatamos esta semana, no es algo que impere en el cine estadounidense.
Sin más, los dejamos con los Dichos del director de esta semana.
«Mi primer acercamiento al cine era muy poético. Con la arrogancia de la juventud, hacía declaraciones del tipo: «El cine padece el exceso de palabras». Estaba influido por Dziga Vertov y todos esos cineastas puramente visuales. Y hay que estarlo. No imaginamos cómo el cine, en tanto forma narrativa, puede afectar a la gente si no se dispone de una sólida base clásica. Y los clásicos están en el cine ruso.
Si quieres comprender mediante qué mecanismo el cine afecta emocional e intelectualmente a las personas, tienes que ver a Sergei Eisenstein, porque trabaja en la época del cine mudo. Es una experiencia decisiva, ya que más tarde el cine ha oscilado entre un enfoque puramente visual y un enfoque más regresivo, que fundamentalmente no es otro que el teatro filmado.
Cuando empecé a hacer películas, me inspiraba en el trabajo de grandes cineastas cómo Georg Wilhelm Pabst, F.W. Murnau, Eisenstein, y algunos franceses de la Nouvelle Vague, Alain Resnais en particular. Y rápidamente tomé conciencia de que los responsables de Hollywood eran retrógrados. Había películas no convencionales. Películas que rompían los códigos genéricos como Bonnie y Clyde, Bullit o los filmes de Sam Peckinpah. Pero la mayor parte de la producción hollywoodiense era teatro filmado disimulado bajo la destreza técnica. Y en televisión era aún peor. El enfoque estilístico que descubrí en ella podría resumirse así: «Anestesiémonos completamente y seamos lo más planos posible en nuestras elecciones a la hora de situar la cámara«.
No se procuraba implicar al espectador en modo alguno. Mientras lograras un cuadro equilibrado y de buen gusto, todo lo que se te pedía era no molestar. ¡La ausencia de molestia en el espectador se convirtió en el objetivo último! Así pues mi modo películas significó, en muchos sentidos, una rebelión contra eso.»
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