Cuando era un mozuelo ignorante, o por lo menos más ignorante que ahora, un viejo amigo ahora desaparecido de mi vida, apareció afamando una película que simplemente se llamaba «El Oso». Una gran película y algo como nunca antes había visto. Intrigado, recibo su añozo VHS y me dispongo a verla.
Claro, yo como ser ignorante, no entendí ni idea de la película y desde entonces me dediqué a humillar a mi amigo junto con mi hermano por pasarnos tamaño esperpento. Pasarían muchos años antes que descubriera que Jean-Jacques Annaud, su director, era alguien de respeto y que pese a que ha tenido algunos momentos bajos como Siete años en el Tibet tiene otros muy buenos como Enemigo al Acecho, pero siempre lo recordaré como el director de «El Oso».
«Al principio de cada película hay una decisión egoísta. Escojo ciertos temas porque siento una curiosidad personal hacia ellos, porque quiero explorarlos y porque al final me permiten explorarme a mí mismo.
Cada vez que ruedo una película, soy consciente de que exploro mi propio comportamiento a través de otros personajes. Por eso me encantó hacer, por ejemplo, un filme como “El Amante”, en el que tenía que identificarme con una joven, o “El Oso”, donde tenía que identificarme con un animal. Evidentemente, una vez escogido el tema por razones egoístas, lo que me gusta es compartir mis emociones con los demás. No hago películas para verlas yo mismo. Además, es bastante normal que no vuelva a verlas una vez acabadas.
Hago películas para compartir mis pasiones, al igual que me gusta compartir experiencias y puntos de vista con mis amigos. Sin embargo, creo que para hacer una buena película, ante todo hay que hacerla para uno mismo. Creo que si en el presente soy un director feliz es porque siempre he hecho lo que me ha parecido. Cuando hacemos la película que queremos, el fracaso nunca es insoportable. En cambio, conozco a cineasta de gran éxito, pero que son muy desgraciados porque no hacen las películas que querrían y se han vuelto competitivos en un ámbito que no les atrae precisamente. Es algo terrible.
No podemos negar nuestro sentimiento profundo. La ventaja de mi actitud es que aporta algo primordial a la película: un punto de vista. Una vez comprendí esto, mi principal combate consiste en no dejar que nada interfiera con mi visión del filme, y lograr en la pantalla lo que tenía en mente al iniciar el rodaje. Si leo el guión y visualizo una habitación azul, no vale la pena que el decorador trate de convencerme para que sea verde. Quiero que sea azul. Si he pedido veinte extras, quiero veinte, no diecinueve.
Al inicio de mi carrera tenía muy mala reputación debido a ello, pero al final, esta cultura de la negación me ha servido, porque cada vez que me he dejado convencer para cambiar algo, siempre me ha defraudado. Así que ahora, por principio, empiezo diciendo que no. Entonces reflexiono, y eventualmente doy una respuesta afirmativa. En el plató, por ejemplo, los técnicos vienen a verme con frecuencia y me dicen: “Tengo una gran idea…”, y antes de que expliquen el asunto, les pregunto: “¿Es una idea que va a mejorar la película o una idea que te facilitará el trabajo?”. Normalmente se van sin responder a la pregunta. Es duro, pero es algo que hay que imponerse, porque si no son los demás los que hacen la película en tu lugar.»
1 comentario
Un director magnifico que me dejó fascinado con esta película.