El cine experimental, término convencional para aludir a los distintos intentos underground y vanguardistas de obligar al espectador a tomar parte de una forma más activa en el visionado de imágenes en movimiento, ha surgido como una forma artística por derecho propio. También ha tenido una influencia considerable en el cine comercial.
La producción de Meshes of the Afternoon [1943], la obra maestra surrealista con toques noir de Maya Deren y Alexander Hammid, costó sólo 275 dólares.
En el apartado 100 ideas que cambiaron la historia del cine para los días martes en editando, redactamos sobre un tipo de cine poco valorado por las masas y por qué no decirlo, también poco entendido. Sigue leyendo!
Idea n° 42 | El cine experimental: Más allá del cine mayoritario
Al concebir, realizar y editar obras de bajo presupuesto en solitario o con una colaboración mínima, los creadores del cine experimental disfrutan de completa libertad artística. Pero tal independencia ha llevado invariablemente a la marginalidad, con proyecciones a menudo confinadas a galerías, museos, cine clubs o salas especializadas.
Este modo alternativo de exhibición refleja un rechazo absoluto a adoptar los métodos industriales de producción. Los artistas experimentales optan en su mayoría por los cortometrajes en lugar de los largos y, o bien hacen un uso pionero de las nuevas tecnologías, o bien siguen utilizando formatos descartados por los estudios.
Así, mientras muchos artistas preferían trabajar con 16 mm, 8 mm o super 8, Nam June Paik y Valie Export cambiaron al video en la década de 1960, y John Whitney y Scott Bartlett creaban las primeras piezas generadas por ordenador justo una década antes de que lo hiciera el cine mayoritario.
Mothlight 1963
Stan Brakhage en 1963, pegó alas de insectos, hojas y hierba en el celuloide para explorar el papel del rayo de luz del proyector en un ciclo de vida animada para su película Mothlight en 1963.
El cine experimental se caracteriza por una falta de linealidad y el uso de técnicas de distanciamiento audiovisuales. Aunque la mayor parte de los cineastas experimentales emplean el sonido de manera contrapuntística o no naturalista, algunos abrazan el silencio. Otros evitan por completo los métodos cinematográficos básicos.
Hay que decir que, aunque las técnicas no ópticas -aplicar marcas o materiales directamente en la superficie del celuloide- empleadas por Man Ray en Le retour à la raison [1923] o Stan Brakhage en Mothlight [1963] hayan tenido un efecto limitado en el cine popular, las imágenes abstractas que generaron, demostraron que era posible utilizar la forma, la textura, el color y el tempo para expresar pensamientos e ignorar, subvertir o fragmentar las convenciones narrativas.
Crucial para el desarrollo del montaje asociativo, la rítmica yuxtaposición de imágenes de las sinfonías urbanas de la década de 1920 influyó en los collages de las imágenes «encontradas» de Stan Vanderbeek, que acabaron siendo tan relevantes para la evolución del video musical como las sincronizaciones visuales de Bruce Conner.
En contraste con estos ejercicios de edición rápida, los estudios de time-lapse de Marie Menken y los paisajes oníricos inspirados en la danza de Maya Deren eran más personales y accesibles, de ahí su choque con títulos estructuralistas que utilizan las técnicas de distanciamiento audiovisuales, como Wavelenght [1967], de Michael Snow, o Zorns Lemma [1970], de Hollis Frampton, donde el contenido interesa menos que los recursos empleados para presentarlo y que la naturaleza material de la propia película.
Estas tácticas autorreflexivas y antiilusionistas se enraizaban en experimentos tales como Kiss [1963], de Andy Warhol, que también se hacía eco de los esfuerzos de Kenneth Anger, Gregory Markopoulos o Jack Smith por explorar los temas sociopolíticos, eróticos y gays proscritos por el Código de Producción. Tales provocaciones no sólo estimularon el movimiento de las exploitation movies de la década de 1960, sino que también serían llevados al extremo dos décadas más tarde por exponentes del cine transgresor, como el Buttgereit o Nick Zedd, que surgió del boom del No Wave Cinema neoyorkino a mediados de la década de 1970.
Además de inspirar a irónicos disidentes kitsch como -George y Mike Kuchar, la «autoría radical» también empujó la imagen en movimiento en la dirección del arte de la performance, las instalaciones, así como de un cine expandido y basado en las nuevas tecnologías.
También propició la producción de «nuevas películas sonoras» como Riddles of the Sphinx [1977], de Laura Mulvey y Peter Wollen, que deconstruía los códigos narrativos combinándolos con psicoanálisis y teoría fílmica. Estas invitaciones a «ver» de forma diferente son hoy en día más accesibles que antes gracias a los microcines y a Internet.
La próxima semana…
Una vez más y como cada martes esperamos haber contribuido al menos en una pequeña cuota a la formación teórica audiovisual, siempre interesante y cada día más escasa en pro de la técnica. La próxima semana en las 100 ideas que cambiaron el cine se nos viene un episodio por demás interesante y al que debemos la mitad de nuestro trabajo, El Sonido. No dejen de pasar, leer, comentar y compartir como siempre decimos. Saludos!