Volvemos con esta sección que conocemos como Dichos del Editor y que muchos deben disfrutar al conocer las experiencias de esos desconocidos artesanos ocultos tras cada película. Esta semana aprenderemos de la mujer responsable de películas como Lawrence de Arabia y el Hombre Elefante.
Hoy aprenderemos como Anne siempre se mostró dispuesta a experimentar, aprender y adaptar su estilo de trabajo en pos de un proyecto y la visión de un director, algo que muchos por estas tierras deberían aprender.
«La gente me suele preguntar si tengo un estilo particular de montar. Normalmente digo que no, pero un día mi hija me comentó: «Sí, sí que tienes un estilo. Lo estudiamos en clase». Así que quizá si tenga uno. Todo el mundo tiene cierto estilo, pero yo intento adaptar el mío a la película en la que estoy trabajando. No quiero que la gente vea mis filmes y diga: «Ésa la montó Anne Coates».
Recuerdo que monté unas cuantas secuencias de prueba para Lawrence de Arabia (1962) y David Lean me preguntó durante un visionado, con todo el equipo presente, si había terminado de montar la primera escena. Dije que sí, y me pidió que se la enseñara. Le conteste que de ninguna manera podía mostrársela delante de todos, pero él dijo: «No seas tonta, tú ve y tráela». Estaba aterrada. Me senté a visionarla, y creo que no vi ni un solo corte de lo asustada que estaba. Cuando terminó, David se levantó y dijo: «Creo que es la primera vez en mi vida que veo un fragmento de película montado justo como lo habría hecho yo». Era lo más bonito que me habían dicho en toda la vida. Estaba asombrada, completamente asombrada.
En el guión, la intención era fundir el plano en el que Lawrence apaga la cerilla con la primera escena del desierto. Marcamos un fundido, pero cuando vimos el metraje en la pantalla, lo vimos como un corte directo. Tanto David como yo pensamos: «Qué interesante». Así que decidimos hacerlo de aquella forma, sacando unos cuantos fotogramas de un sitio y de otro. David lo vio y dijo: «Es casi perfecto. Vamos, Annie, hazlo perfecto». Así que eliminé literalmente dos fotogramas. Si hubiera trabajado digitalmente, nunca habría visto aquellas dos tomas montadas de aquella forma. Habríamos hecho la óptica en la máquina y, al llevarla a la sala de proyección, el fundido habría permanecido ahí, así que nunca lo habríamos visto como un corte directo. Me gusta pensar que la idea se nos habría ocurrido de todos modos. Pero otro director podría no haberlo visto o no haberle gustado. Por suerte, David y yo pensábamos igual.
A veces funciona al revés. Congo (1995) fue la primera película que monté digitalmente. Tenía pensado utilizar cortes directos en el metraje de la selva, pero estaba jugueteando con el nuevo sistema y decidí probar algunos fundidos. Tenían muy bien aspecto, y los planos se encadenaban de forma muy elegante, así que decidí conservarlos. Pero si hubiera montado esa película analógicamente, quizás habría terminado por usar cortes directos. No lo habría enviado al laboratorio para que hicieran un fundido. Lo mismo ocurrió con Out to Sea (1997). Cuando corté el montaje del baile utilicé fundidos diagonales, que funcionaron muy bien. Probé todo tipo de cosas que eran divertidas, algo que nunca podría haber hecho en película física.
Me encantaba el montaje analógico. Hice mi primer montaje en moviola sólo con mi pequeña pantalla, sin nadie que mirara por encima de mi hombro.
Me sentía más íntimamente relacionada con el proceso, de una forma que nunca experimento con lo digital. En aquella época, nunca empalmaba la película yo misma. La gente se burlaba de mí con simpatía, porque la mayoría de montadores empalmaban su película y la visionaban. Pero esa tarea la hacía mi ayudante, y luego pasaba la escena en la sala de proyección con el equipo, y les decía: «No se preocupen por los cortes. Puedo suavizar los bultos. Quiero saber si es entretenido, si siguen la historia, si os gustan las interpretaciones… Sólo quiero que lo vean como si fueran el público». A veces aportaban ideas muy interesantes, pero no siempre coincidían con las mías. Sólo me parecía que ver la escena en una pantalla grande me dejaba buenas impresiones.
Supongo que ahora, con Avid, monto de forma distinta, pero obtengo el mismo resultado que cuando montaba con película. Quizás existan unos pocos cortes más, pero me gusta pensar que la historia que estoy narrando y la emoción que trato de sacar de la escena serían las mismas en otro formato. Me costó un poco adaptarme al montaje digital. Pero me decía a mi misma: «No es más que una herramienta. Estás contando la misma historia y estás buscando la misma risa y la misma acción». Cuando conseguí asumirlo y limitarme a explicar la historia, todo fue bien. Durante un tiempo me tambaleé un poco, pero estaba decidida a hacerlo. Había creído que nunca tendría que adaptarme, pero cuando los montadores más veteranos empezaron a hacer la transición, como Jim Clark y otros grandes amigos, me di cuenta de que yo también tendría que aprender. Tuve muchísima suerte»