Los Martes Cinematográficos del Teatro Concepción tienen ese qué se yo, viste? Media oportunidad de ver cine barato, sobre todo para estudiantes, media nostalgia de ver cine como en el cine [a la antigua] y no en esas salas como las del mall que concuerdan con las antiguas en que los espectadores se sientan en sus butacas frente a un gran lienzo blanco, pero se distancian enormemente de ellas cuando tienes a un montón de personajes mascando plasticas palomitas y salpicando desde enormes vasos de bebida.
Así por lo menos es como lo ve un citadino amigo mío y debo decir que concuerdo mucho en su apreciación, tanto que me daré el gusto de hacerle un descarado copy & paste de su evocativo relato, que le lleva desde lo último de los martes cinematográficos hasta ese gran clásico llamado Cinema Paradiso. Todo después del salto.
Como se están acabando los Martes Cinematográficos de este año, me propuse la semana pasada no perder ninguno de los que quedan.
Son pocas las veces en que por una luca se puede ver buen cine [o por media si se es estudiante] sin que sea sentado solo en un living de soltero. Además tenía todavía el gustillo que me quedó de unos tres o cuatro martes atrás, cuando pasaron Al Otro Lado, que pucha que fue buena para los que con esfuerzo logramos atar los cabos que su hechor dejó coquetamente casi sueltos.
En realidad, dentro del buen cine que se puede ver a luca, hay películas que recuerdan bastante al mal cine. Capaz que sea culpa de uno, pero la cinta en realidad me pareció fomeque [le celebro, eso sí, la ausencia total de musiquitas: lograba así parecerse mucho a la vida real]. ¿Y por qué entonces me tomo el tiempo de escribir sobre la cosa?
Sí, ¿por qué?
Impertérritos contertulios, supongo que si les digo “Cinema Paradiso” procesarán de inmediato que les estoy mencionando a una de las más maravillosas películas italianas de todos los tiempos. Los que no la hayan visto [tal vez por demasiado jóvenes, tal vez por mera modorra]deben hacerlo cuanto antes.
Se nos viene el apocalipsis y nadie puede quedarse sin antes archivar mentalmente esa banda sonora, esa fotografía, ese argumento simple y romántico, esas actuaciones deliciosas.
Sobre todo la de Philippe Noiret, viejo lindo, que en la película personifica al operario absoluto del único cinematógrafo de un recóndito pueblo que más recuerda a Macondo que a cualquier parte de Italia (o de lo que uno supone que es Italia, ejem). Sin la intención de detallar el argumento, ya por sí solas resultan preciosas escenas como en la que Alfredo –que así se llama el personaje- proyecta un film sobre una casa, por el simple gusto de que el pueblo entero pueda verlo gratis, o como cuando pide a Toto (el eficazmente querible cabro chico que protagoniza la película) que le sople en la prueba de fin de año, porque está algo así como sacando su octavo básico y no estudió ni tiene idea de nada.
Pero si hay en Cinema Paradiso un personaje cautivante, aparte de Toto y Alfredo, es precisamente el cine. O el Cine, que con mayúscula se escriben los sustantivos propios.
Así como en La Casa de los Espíritus la casa es una persona más, en Cinema Paradiso el cine es un «persono» más también. Y se alegra, y abraza y hasta cuenta historias pícaras y se pone triste a veces. Y hasta se quema y luego hasta se regenera, como la piel de las personas.
Y lo más lindo de todo, cinematográficos usuarios, es que hasta se «tupe», como decimos en el sur. Se tupe tanto este Cine que a veces se le tranca la cinta y los italianos empiezan a alegar, y a silbar ju-ji-jiuuu, y a poner cara de dignidad y de hijos de buenas familias. Y hasta los que se colaron se consagran a pedir que devuelvan la plata y Alfredo y su ahora asistente Toto se desesperan porque estas cosas no pueden pasar y luego, de repente y no siempre, la cinta parece volver a su carril y la película a su público.
Por esto es que me tomo el tiempo de escribir algunas notas al margen de nuestra asistencia a El Silencio de Lorna (y no a propósito de la película): ¡La cinta se trancó! ¡Cuatro veces! Y fueron interrupciones tan largas que la mitad de la gente puso cara de dignidad y de hijos de buenas familias, y hasta los que se colaron se consagraron a pedir que devolvieran la plata, y el tipo que estaba sentado a mi delante bromeó diciendo que iba a llamar a su abogado, y Helena me dio otra pastilla de propóleo.
Y creo que en el fondo todos supimos que era un momento hermoso, y nadie se fue.
Lo anterior es sólo un extracto [y soy caradura pero nunca tanto], por lo que les invito a leer el desenlace en la web de este citadino publicista concepcionense y por supuesto comentar… si dicen que van de parte mía les agradece el doble.
¿Cómo ha sido tu experiencia con los Martes Cinematográficos?
Salu2
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