Todo audiovisual que se precie de tal, alguna vez ha escuchado esa frase del «Menos es más». Bueno, si no lo ha escuchado ahora lo harán por boca del galardonado Walter Murch, uno de los montajistas más reconocibles en el medio y que ha tenido varias apariciones en esto que conocemos como Dichos del Editor.
Nunca podemos juzgar la calidad de una mezcla de sonido solo a base de contar el número de bandas con las que se ha trabajado. Hay mezclas horribles que partían de cien bandas. Del mismo modo, se han hecho mezclas maravillosas a partir de sólo tres bandas. Todo depende de las decisiones iniciales que se toman, de la calidad de los sonidos y de la capacidad que tenga la mezcla de esos sonidos para despertar emociones escondidas en el corazón del público.
El principio fundamental es: tratemos siempre de hacer lo más con lo menos [subrayando el verbo «tratar»]. Puede que no siempre lo consigamos, pero intentemos producir el máximo efecto en el espectador a través del mínimo número de elementos en la pantalla. ¿Por qué? Porque queremos hacer únicamente lo preciso para captar la imaginación del público; sugerir es siempre más eficaz que mostrar.
A partir de un cierto momento, cuanto más esfuerzo pongamos en una abundancia de detalles, más animamos al público a convertirse en espectador en lugar de participante. El mismo principio se aplica a todos los oficios del arte cinematográfico: interpretación, dirección artística, fotografía, música, vestuario, etc.
Y, por supuesto, también se aplica al montaje. Nunca diremos que una película está bien montada porque en ella haya más cortes. A menudo es necesario más tiempo y más criterio para elegir dónde no cortar. No pensemos que hay que cortar porque nos pagan por hacerlo. Nos pagan para tomar decisiones, y tanto si corta como si no, el montador está, de hecho, tomando veinticuatro decisiones por segundo: «No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. ¡Sí!».
Un montador hiperactivo que cambia de plano con demasiada frecuencia es como un guía turístico que no puede dejar de señalar cosas: «Y ahí arriba tenemos el techo de la Capilla Sixtina, y más allá la Mona Lisa y, por cierto, fíjense en estas baldosas…». Si uno está en una visita turística, desea que el guía le señale las cosas, por supuesto, pero también necesita parte del tiempo para pasear y encontrarlas por sí mismo. Si el guía —es decir, el montador— no tiene la confianza de permitir que la gente elija de vez en cuando a dónde quiere mirar, o de dejar algunas cosas a la imaginación, entonces estará persiguiendo un propósito [el control absoluto]que al final es contraproducente. La gente terminará sintiéndose molesta debido a la constante presión en el cuello producida por la mano del guía.
Si lo que estoy diciendo es que hay que hacer más con menos, ¿hay algún modo de saber cuánto menos? ¿Es posible llevar este principio hasta su absurda conclusión lógica y decir: «No cortemos en absoluto»? Aquí regresamos a nuestra primera cuestión: las películas se cortan por razones prácticas y porque cortar —esa súbita interrupción de la realidad— puede ser un instrumento eficaz en sí mismo. Luego, si el objetivo es alcanzar un mínimo de cortes, cuando tenemos que hacer un corte, ¿qué es lo que hace que sea bueno?
Cada lunes publicamos los Dichos del Editor con el único fin de aportar en algo a la formación audiovisual de calidad. Si te parece que hacemos bien, ayúdanos a difundir estas entradas entre tus contactos y amigos en redes sociales, nos hace bien a todos!
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