Tercera entrega de nuestra colección, así habló David Gilmour, el crítico de cine canadiense autor de Cineclub, best seller desde donde cada semana tomamos un pequeño extracto con fines netamente académicos, para que las nuevas generaciones se entusiasmen con la lectura audiovisual. Sigue leyendo y no olvides compartir!
[…] durante las primeras semanas le puse «Crimes and Misdemeanors» [Delitos y Faltas, 1989]. Hoy día las películas de Woody Allen desprenden una sensación de apresuramiento, como si estuviera intentando acabarlas y quitárselas de encima para hacer otra cosa. Esa otra cosa, por desgracia, es otra película. Es una espiral descendente. Aún así, después de haber rodado más de treinta películas, tal vez ya haya realizado la obra de su vida; tal vez tenga derecho a trabajar a la velocidad que le apetezca de ahora en adelante.
Sin embargo, hubo una época en que estrenaba una maravilla detrás de otra. Delitos y Faltas es una película que muchas personas han visto en alguna ocasión, pero, como ocurre con la lectura de los relatos de Chéjov, no captan todo su potencial la primera vez. Siempre he pensado que es una película que permite apreciar la visión que Woody Allen tiene del mundo: un lugar en el que personas como tus vecinos pueden cometer asesinatos y absurdas equivocaciones y acabar con unas novias estupendas.
Hice notar a Jesse la habilidad con que está narrada la película, la eficacia con que trata el noviazgo entre un oftalmólogo [Martin Landau] y su novia histérica [Anjelica Huston]. Con solo unas pocas pinceladas, entendemos lo lejos que han llegado, al pasar de un noviazgo delirante a una reunión criminal.
-¿Que te ha parecido Jesse?
-Creo que Woody Allen me caería bien en la vida real, dijo. Y tras eso, dejamos el tema.
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