Alto interés han causado las columnas de David Gilmour tomadas a modo de extracto, desde su libro «Cineclub», hoy el turno es para un director consagrado, pero cuando recién iniciaba el camino con su primera película para televisión, «El diablo sobre ruedas» como se le dio título en español. Luego del salto, lo que escribe el crítico de cine sobre la primera película de Steven Spielberg y además, la película completa para que la veas en la comodidad de tu pantalla.
[…] Escogí el debut de un joven director como parte de nuestro programa «El talento se acaba descubriendo». Hasta el día de hoy, este olvidado telefilme sigue siendo una de las más estimulantes obras realizadas por un director joven deseoso de llamar la atención, que he visto en mi vida.
Las películas para televisión no suelen ser un terreno propicio para la brillantez, pero pocos segundos después de que empieza «El diablo sobre ruedas», uno ya sabe que está ocurriendo algo raro. El espectador ve, desde el punto de vista del conductor, cómo un coche abandona un agradable barrio residencial de una ciudad estadounidense y sale despacio de la zona. Es un día caluroso y el cielo es azul; el número de casas disminuye; el coche se queda solo.
Entonces, como salido de la nada, aparece un camión de transporte oxidado de dieciocho ruedas por el espejo retrovisor. Tiene las ventanillas tintadas. Nunca se ve al conductor. Se vislumbran sus botas de vaquero, su mano asomando por la ventanilla, pero nunca su cara.
Durante setenta y cuatro minutos, cual monstruo prehistórico, el camión persigue al coche por el paisaje abrasado por el sol. Es Moby Dick buscando a Ahab. El camión, que espera al borde de la carretera, se esconde en hondanadas, parece perder el interés y luego vuelve a aparecer de repente, es un vector del mal irracional; es la mano oculta bajo la cama que aguarda para agarrarte el tobillo. Pero ¿por qué? [La insinuación. Pese a su joven edad, el director supo que no convenía responder a la pregunta.]
Un camión y un coche, sin diálogos entre ellos. Sólo corriendo por la carretera. ¿Cómo podía alguien dar vida a semejante material?, pregunté a Jesse.
-Como sacar vino de una piedra -dijo él.
Di a entender que la respuesta se encontraba en el impacto visual del director. El diablo sobre ruedas te obliga a verla. Parece que diga al público: «Aquí está pasando algo de vital importancia; has tenido ocasión de temerlo antes y aquí está de nuevo«.
Steven Spielberg tenía veintidós años cuando dirigió «Duel» [El diablo sobre ruedas]. Había realizado algún trabajo para televisión [un episodio de Colombo le sirvió de tarjeta de presentación], pero nadie preveía que fuera a abordar el material con tanto entusiasmo. Más que el camión, más que el conductor cada vez más asustado interpretado por Dennis Weaver, la estrella de «El diablo sobre ruedas» es el director. Es como leer las primeras páginas de una gran novela; sientes que estás delante de un enorme talento imprudente. Todavía no ha aprendido a anticiparse, a ser demasiado listo. Me imagino que a eso es a lo que se refería Steven Spielberg hace unos años cuando le dijo a un entrevistador que procuraba revisar «Duel» cada dos o tres años para «recordar cómo la hice». Daba a entender que hay que ser joven para estar tan seguro y no tener que disculparse por ello.
Es fácil advertir por qué los ejecutivos del estudio le ofrecieron Tiburón [1975] años más tarde tras echar un vistazo a «Duel«. Si Spielberg podía hacer que un pesado camión diera miedo, imagínate lo que podía hacer con un tiburón [que, al igual que el conductor del camión, no se deja ver. Sólo se ven sus efectos: un perro desaparece, una niña que se ve sumergida repentinamente en el agua, una boya que sale a la superficie de golpe, elementos que anunciaban la presencia del peligro pero que nunca le ponen cara. Spielberg intuyó a una edad temprana que para asustar a la gente hay que dejar que su imaginación haga el trabajo duro].
Vimos el reportaje de cómo se hizo «El diablo sobre ruedas» que incluía el DVD. Para mi sorpresa, a Jesse le intrigó ver cómo Spielberg hablaba de la construcción plano a plano de la película y toda la reflexión que había requerido. Todo el trabajo. El guion visual, las múltiples cámaras, incluso la prueba de selección realizada a media docena de camiones para ver cuál tenía un aspecto más amenazador.
-¿Sabes, papá? -dijo en un tono de leve asombro-. Hasta ahora siempre había pensado que Spielberg era bastante capullo.
-Es un enfermo del cine -dije-. Son especies ligeramente distintas.
Le conté la historia de una joven actriz aficionada a las fiestas que había conocido a Spielberg, George Lucas, Brian de Palma y Martin Scorsese en California cuando estaban empezando sus carreras. Más tarde diría que le sorprendió que no parecieran interesarles las chicas ni las drogas. [nota del editor: aunque ahora sabemos que Scorsese casi se muere por sobredosis mientras rodaba Taxi Driver] Lo único que querían hacer era salir juntos y hablar de Cine.
-Como ya he dicho, unos enfermos.
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