Para mi hay dos tipos de películas, las que terminan con los créditos y las que después de los créditos recién comienzan…
Es lo que nos dice Francisco Toro presentando su columna de esta semana en nuestro naciente, pero necesario espacio de Cine y Discurso en Editando. Te invitamos a leer sobre «La Nación Clandestina», película del director boliviano Jorge Sanjinés que según Francisco, luego de sus créditos, recién está comenzando.
El hombre que quiso cambiar su sangre
Una vez conocí a un hombre que vivía en las montañas, como de mi edad era, frente a una fogata en medio del silencio de la cordillera me contó su historia. Había crecido bajo el pehuén, hablando su lengua, entre el volcán, las ovejas y los chivos, escuchando las historias de su gente frente a un fuego que no sólo permitía cuidarse del frío sino que también, compartir el conocimiento y la sabiduría de su raza.
Cuando el tenía 13 años fue enviado por su familia a la ciudad a estudiar y así tener “mejores oportunidades”. Allí, enfrentado al mundo occidental se sintió desplazado, quiso cambiar su nombre, se tiñó el pelo, se escondió tras la violencia, quiso cambiar su sangre (literalmente lo digo). Mi impresión fue mayúscula, qué pasa por la cabeza de alguien que, por calzar en un sistema o en un grupo, es capaz de botar todo a la basura, olvidarlo todo, lo que ES o ERA. Esa fue mi primera impresión, la de juzgarlo, fue ahí cuando me vi apuntándolo con el dedo diciéndole “indio”.
Me encontré conociendo a Sanjinés, no personalmente sino a través de su obra, hace un buen par de años y la fuerza de su discurso no me permitió otra cosa que buscar por todos lados sus películas, verlas todas se me hizo necesario, pero hay una en particular en la que me gustaría centrarme, esa es “La Nación Clandestina” y principalmente en Sebastián, su protagonista.
Para mi hay dos tipos de películas, las que terminan con los créditos y las que después de los créditos recién comienzan, dentro de la segunda categoría es donde yo pongo este film, construido desde el ceno de una realidad.
En medio del altiplano boliviano se levanta una crónica de un pueblo, esta vez encarnada en la figura de un personaje, el cual vive el éxodo casi obligado que muchos mal llamados “indígenas” han tenido hacia los centros urbanos, algunos en busca de una nueva vida, otros en busca de trabajo, otros empujados por el “progreso”.
La cosa aquí no se encuadra solamente en el cambio de hábitat geográfico sino en la búsqueda por calzar en un ambiente que no es el propio y tener que esconder la propia identidad para poder ser aceptado, rechazando todo lo vivido, su historia, su cultura, sus creencias y valores. El querer ser uno más tiene su precio, para este personaje el precio es su vida.
El “descubrimiento europeo de América” es el punto que marca oficialmente nuestra historia, porque no nos podemos tragar el cuento que fue la primera vez que hubo contacto entre la cultura occidental y las múltiples culturas que habitaban el lugar hoy llamado América, podríamos hacer una lista interminable de hechos que lo comprueban pero eso es chicha de otro barril.
La confrontación de las culturas originarias frente a las impuestas por las espadas y la cruz, y que, para qué estamos con cosas, la vivimos aún, fue simplemente la de aplastar al otro, al débil, al que no tenía alma, al que no se arrodillara frente a la cruz.
Desarmar, desestimar los valores espirituales, traducir toda actividad cultural al código occidental y luego demonizar todas estás prácticas con el nombre de brujería, fue parte de sus estrategias, costumbre que lamentablemente heredamos.
Y así nos fueron enseñando que toda la historia de nuestra región, y cuando digo región no me refiero a un territorio físico y geográfico sino a nuestra esencia latinoamericana, es literatura, es ficción, a los relatos que dan certidumbre a nuestra cultura les pusieron rótulos de mitos y leyendas, descalificando una historia y una identidad.
La historia de Bolivia es un claro ejemplo de la de toda América Latina, la película construida, yo diría más bien reconstruida, por Sanjinés se contextualiza en su desarrollo bajo el contexto de una dictadura.
«La Nación Clandestina» por Jorge Sanjinés
Sebastián Mamani se va a vivir a la ciudad y allí necesita integrarse, ser parte de esa sociedad y para eso reniega de quien es, de su raíz, esto tipificado en la renuncia a su apellido, a sus ancestros, a su historia. Pero encausada en un tiempo cíclico, circular y no lineal como el occidental, la vida le da otra oportunidad a Sebastián.
La búsqueda de las raíces se hace presente y la inmolación como respuesta al mal realizado no sólo hacia si mismo sino también hacia su propio pueblo, y en un acto donde “lo real maravilloso” se hace presente, se hace cargo de su “error” y decide, como lo manda su cultura, danzar hasta morir por si mismo y por los suyos, la reciprocidad, la visión de comunidad se hace presente.
Sebastián Mamani pudo haber vivido en alto Biobío, en Lonquimay, en el chaco, en la Patagonia Argentina, y en tantos otros lugares, representa a tantos rostros morenos, encarna la historia de tantos pueblos obligados a adoptar una forma de vida que no es la propia. La transformación de una identidad autóctona se ha convertido en una hibridés impuesta, primero por una corona y una cruz, por espadas y armaduras, hoy por el dinero y el poderío de los que nos gobiernan, a Sebastián lo empujaron a despreciar lo suyo, le quitaron el valor a sus raíces, le impusieron que el ser indio es malo.
La historia ha sido utilizada siempre como un arma, nos enseñan lo que les conviene, se criminaliza lo que a ELLOS les molesta, hay que recordar algo, los dueños de casa ¿Quiénes son? (…) Una vez un anciano Pehuenche me dijo “la única forma en que el árbol crezca y se encumbre hacia el cielo es que entierre sus raíces tan profundo como pueda».
Me he encontrado con Sebastián muchas veces en la calle, de vendedor, de albañil, de obrero, de barrendero, cuidando autos, cabeza gacha, quizás avergonzado, maldito afán el nuestro de clasificarlo todo, de destruirlo todo.
Para ustedes, la pregunta…
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El ceno es la cena. Querrás decir el seno de una realidad.